El mundo va demasiado rápido; las noticias, la gente, los pensamientos propios y los ajenos, todo lleva una velocidad que me cuesta seguir.

Estamos en un momento en el que sólo sobrevive el que es capaz de mantenerse dentro del huracán. Y me cuesta, vaya si me cuesta. A veces creo que es el miedo el que me frena, otras veces pienso que es estar en el momento y el sitio equivocados. Busco respuestas absurdas donde no debería, y pago mi frustración con quién tampoco debería. No diré que la culpa es de los demás o de lo que me rodea, no sería justo, pero donde estamos y cómo nos sentimos, en parte, depende de ese algo que nos arrastra al abismo, nos impele a movernos cuando, quizás, estamos pidiendo a gritos querer parar. Suele pasar que se nos exige más de lo que somos capaces de soportar.

La vida de nadie es un camino de rosas, de nadie. Incluso esas personas que se te vienen a la cabeza porque se lo han encontrado todo hecho en su vida y el esfuerzo brilla por su ausencia, también ellos, llevan su carga encima, de eso estoy completamente segura. Quien más y quien menos tiene sus problemas, sus miedos y sus remiendos. Que no se te olvide nunca que eso que dicen los psicólogos de bar, con sus agendas de Mr. Wonderful, de que eres único y especial es una de las grandes mentiras que el siglo XXI nos ha escupido en la cara. Siento ser yo quien te diga, si te creías único y todopoderosos por a saber qué, que no lo eres; eres uno más, con tus aciertos y con tus errores, con tus risas y tus penas, pero no eres especial ni quien más ni mejor o peor siente de la gente que te rodea, que todo el mundo tiene lo suyo de puertas para adentro.

No juzgues nunca a nadie por cómo siente, no creas que tu pena o tu alegría está por encima de la de nadie.

La prisa te lleva a tener que ser feliz las veinticuatro horas del día, los siete días de la semana. Hay que aprovechar cada minuto, nos lo dicen los sobres de azúcar y las tazas que nos venden en el bazar, quién es capaz de llevarle la contraria a esas fuentes de sabiduría popular. Ya no existe al derecho a la pena o al enfado. Es más, ni siquiera existe el derecho a pasar el duelo por la pérdida de una persona como los demás piensen que debes hacerlo. Parece que todo debe estar marcado por lo que la sociedad estipula que son los límites normales. Pero no existen límites «normales» cuando hablamos sobre cómo sentir o dejar de hacerlo. El tiempo que nos marcamos en determinados momentos de nuestra vida es lo más personal e íntimo que tenemos. No debería tener cabida el «demasiado lento» o «demasiado deprisa» si es otro el que te lo intenta imponer.

Tenemos, como especie, una de las herramientas más bellas jamás desarrolladas: la empatía. Usémosla más, démosle el valor real que tiene. Dejemos que prevalezca ante el egoísmo imperante del «yo más» que nos vivimos en cualquier faceta de nuestra vida.

Al final podemos resumir todo esto en «vive y deja vivir». Tu tiempo y tus normas te valen a ti, y está bien que así sea y que hayas llegado a esa bonita conclusión, pero no intentes imponerle nada a nadie, deja a los demás que sean capaces de encontrar su ritmo, nada hay más bonito para consigo mismo que descubrir su tempo.

¿Te han preguntado ya cuáles son los propósitos del 2022? Yo no tengo ni idea de los míos. Si aún no lo sabes, bienvenid@ a mi mundo.

Tenemos 348 días, si mis cuentas no me fallan, para decidirlo si es que queremos decidirlo.

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