Recuerdo, de niña, los domingos por la tarde repetir una y otra vez la frase “Mamá, me aburro”. ¿Qué me decía ella siempre? “Echa los pies en agua”, todavía lo revivo y me sigue cayendo igual de mal. Nunca eché los pies en agua, de hecho hace poco que entendí el porqué de aquella frase (voy a mi ritmo por la vida, sí).

Sea como sea, debido (imagino) a ser la más pequeña de cuatro hermanos y que había momentos en los que salir a la calle a jugar era imposible porque ya era tarde, por el tiempo o porque simplemente no me apetecía, me fui acostumbrando a mis ratos de aburrimiento y soledad.

Durante un tiempo, esos momentos los ves como algo negativo, lo cual es normal. Con diez años no te planteas que esas tardes de domingo te van a servir para cuando tengas treinta. Ni te lo planteas ni te lo debes plantear. Entonces te aburres y no quieres estar aburrido; no hay más. Pero llega el día en el que te das cuenta que el haberte familiarizado con esos instantes de soledad y el haber dedicado algo de tu tiempo a sentirte bien contigo mismo, ha sido algo bueno para ti. Al fin y al cabo el sentirse mal con uno mismo debe ser desesperante y frustrante porque te vas a tener que aguantar quieras o no hasta el fin de tus días. Por eso se vuelve crucial es saber escucharte, el saber pensarte, el saber leerte o el saber llorarte. Saber qué momento es el adecuado para cada uno de ellos.

Hay quien sigue pensando con veinte, treinta, cuarenta o cincuenta años que la soledad y el aburrimiento es algo perjudicial (y como decía Martínez Ares: pobre de aquel…). Hay personas que confían en que la actividad les llenará algo de ese vacío que todos sentimos porque, para qué engañarnos a esta altura de la película, todos sentimos un vacío. Ese vacío forma parte del ser humano y el pretender llenarlo también forma parte de nosotros. Lo intentamos con mil y una historias, viajes, entradas, salidas, objetos, palabras, etc. pero se mantiene mostrándote la cara más canalla del vértigo.

Probablemente ese intento de llenarlo sea una buena “excusa” para vivir.

En cambio hay otros que intentan escuchar ese vacío; ya os digo que nunca contesta, pero el intentar desarmarlo desde el entendimiento es una tarea entretenida. Y así, desde el aburrimiento que puede suponer escucharse a uno mismo e intentar desenredar la maraña que por naturaleza es imposible desenredar, pasas esas tardes de domingo sin llegar a meter los pies en agua pero sí poniendo en remojo ese vacío para poder darle la vuelta una y otra vez.

A sabiendas de que nunca lo conseguirás, como se suele decir, lo importante es el camino.

Entiendes cómo respiras, cosa que antes o después te servirá para poder entender cómo respiran los demás.

2 comentarios en “El aburrimiento

  1. A veces la actividad es la única forma de no pensar. Porque es complicado luchar contra el «qué será de mí», «qué hago con mi vida», «moriré sin haber hecho nada útil». Los gritos internos que escuchamos cuando estamos en silencio durante largas temporadas son difíciles de domar. Yo hace tiempo que no lo logro y es muy desesperante.

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